Estoy en un despacho en donde hay demasiadas puertas y los techos son altos. La luz no es pródiga. Parece más bien un hospital. En un cubículo está el Lic. Victorino, atiende a sus clientes.
Al finalizar la jornada (3 p.m.) vamos en el coche, un cliente, el Lic. Marcial y yo. En la acera de lo que probablemente es el centro de Altamira (pero no lo es, se asemeja), veo a unas conocidas: Alejandra y Ana (compañeras de primaria). Por cierto antes de descender, quien conduce se mete a un estacionamiento para virar por el otro sentido, y es tan brusco.
Mis compañeras y yo estamos frente a lo que es un patio, hay árboles, llaman la atención los que están en una esquina, son altos, pero arriba hay una especie de bañera y está llena, hablamos sobre los árboles y la bañera. Veo en una bañera a Carmen, y sigo platicando con ellas, pienso que están muy bonitas, siento la mirada de los señores del coche, un dejo de envidia. Me despido y no voy hacia el coche, camino. No es Altamira, estoy entre las avenidas de México y de Álamo. Voy a cruzar la ancha avenida, pero me arrepiento, los coches se abalanzan, sin voltear doy un paso atrás para subir la banqueta, y echo los brazos hacia atrás para prevenir a los transeúntes de que paren, siento que toco a alguien. Y cuando hay paso, camino de prisa, pero no logro llegar al otro lado, alguien por detrás me ayuda a terminar de pasar, me empuja, y volteo; es Francisco (otro compañero de primaria), le doy las gracias y volteo, estoy enfrente de mi casa, en Álamo.
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