En un momento, en una gasolinería, me vi envuelta entre
coches donde salían hombres con armas. Intenté protegerme. Luego vi a un hombre,
delgado, pálido con una chaqueta deportiva y la camisa abajo, traía lentes. Se
los quitó y me le quedé viendo preguntándome dónde lo había visto antes. Era
Amarildo, y se lo dije. Se me quedó viendo con curiosidad, como queriéndome
despistar, que al fin de cuentas no quería que lo reconociera. Pero lo seguí;
más tarde lo vi sentado frente a la casa de mi tía Tina (en Álamo) con alguien.
Fuimos Juan y yo a un lugar que no sé definir, en una de
esas subimos a un cuarto donde estaba Ricardo Rocha. Juan y yo le empezamos a
preguntar cosas que él respondía. Me pidió un desnudo pectoral y le pidió a
Juan que fuera con no sé qué persona a hablarle. Mientras yo me quedé ahí sola
con él, le pregunté si creía en cosas paranormales, él me dijo que no, que
dependía, sí, yo le dije que uno tiende verlo todo mediante la lógica y la razón
y echa abajo ese mundo raro, pero él no me dio tiempo de seguir hablando y
empezó a acariciarme. Durante la entrevista, recuerdo que Ricardo no tenía
puesta su camisa.
Estábamos en casa mamá y yo, cuando llegó Chucho y nos
empezó a explicar que en el colegio él estaba presentando un examen con otros
chicos. Uno de ellos no hablaba español sino un dialecto, y él le había
querido ayudar a que sacara el examen (hubo diálogo o intento de comunicarme)
cuando una madre sacó una especie de látigo y azotó a chucho y le hizo una
llaga que le rodeó todo el tronco. Nosotros nos indignamos y le dije a Chucho
que podía demandar a la madre, en eso llegaron otras personas.
Luego estábamos viendo televisión, y una muchacha que
hablaba por teléfono actuando daba una noticia, pero a nosotros no nos gustaba.
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