Ella estaba algo renuente, aburrida. Yo la giré hacia mí y la besé. Al principio mis besos fueron recibidos con indiferencia. Le hablaba, le decía no sé qué, cosas que se dicen a la hora de amar, hasta que ella contestó entregando sus labios, su cuerpo (estábamos en el cuarto de la casa de Tampico). En la semipenumbra yo la besaba, movía mis manos por toda su extensión, fresca, núbil. La imagen de sus senos ocupados por mis palmas, sus ojos entrecerrados, su pubis, el parloteo acariciante en su sexo febril, adjetivos que no alcanzan a describir lo indescriptible.
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